Bienvenid@ a la pequeña y escurridiza frontera entre el minicuento, la minificción y la poesía.
¿Puedes reflexionar, desaprender, perderte y volver a encontrarte desde lo breve?
En la brevedad siempre hay desconcierto

domingo, 11 de julio de 2010

A José nadie la avisó que cuando María le quitara el amor y saliera corriendo de la habitación, lanzando esa bendita puerta, vendría la culpa a comérselo vivo, comenzando por la carne que está debajo de las uñas de sus manos, las mismas con las que se atrevió a rasgar otro cuerpo distinto al de María.
Luego la culpa le cortaría los labios con la fuerza de mil hojillas, esos mismos labios que se atravieron, en una ambición descontrolada, a quemar otra espalda distinta a la de María.
Si alguien le hubiese dicho a él que la culpa era tan atrevida y malvada, jamás hubiese dejado que María atravesara esa bendita puerta. Pensó por un instante, mientras agonizaba sobre la sangre aún tibia que la culpa le había sacado, que incluso él, con sus propias manos, le habría quitado el aliento a María, para que ella no le quitara el amor él.
José, jamás imaginó que sería víctima de aquel rojo festín de culpas. "A mí nadie me avisó", dijo, como queriendo perdir perdón, antes de que la culpa le hiciera escupir, de una sóla patada en el estómago, su último aliento de vida.

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