Tome al mounstruo entre tus manos.Vamos, no le tema. Mírelo a los ojos, sienta su aliento cerca de su rostro. Dígale a ese pequeño invertebrado de qué están hechos sus miedos, movilice su apetito diciéndole a qué saben sus víceras, sí, las de usted. Grítele que su lengua también quema... que su piel es más dura de lo que parece, pero igualmente es deliciosa. Vamos, por favor, no le tenga miedo a esa pequeña invención de quién sabe qué demonio.
Al final, susúrrele al oído y dígale que le quiere, que en el fondo le tiene lástima. ¿Qué pasa? No le tema, pídale que se lo coma, y si él no lo hace, trágeselo usted, y lléveselo ahí dentro por siempre, castigado por cobarde. Si no se comió sus víceras desde afuera, tendrá que comérselas desde adentro, cuando el hambre lo arrincone.
Bienvenid@ a la pequeña y escurridiza frontera entre el minicuento, la minificción y la poesía.
¿Puedes reflexionar, desaprender, perderte y volver a encontrarte desde lo breve?
En la brevedad siempre hay desconcierto
En la brevedad siempre hay desconcierto
domingo, 21 de noviembre de 2010
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